San Cucufato – Objetos Perdidos
COSAS PERDIDAS – ORACIÓN A SAN CUCUFATO
Para encontrar un objeto perdido
Rezamos a San Cucufato para que nos ayude a encontrar objetos perdidos o traspapelados.
A la vez que rezamos hacemos tres nudos pañuelo blanco. La oración es así:
“San Cucufato, San Cucufato, con este pañuelo los huevos te ato y hasta que (objeto que queremos encontrar) no aparezca no te los desato”.
Cuando aparezca lo que buscamos hay que deshacer los nudos, para que no se enfade.
Existe otra versión de la oración a San Cucufato, en ella encederemos una vela a la vez qu erecitamos:
“He perdido (decir lo perdido), recuperarlo quiero, y si antes no me muero y con este nudo que hago sus cojoncillos ato, San Cucufato, y atado queda, hasta que (decir lo perdido) a mis manos vuelva. Amén”
VIDA DE SAN CUCUFATO
Cucuphas nació en una noble familia cristiana en Scillis (Africa Proconsularis). Se dice que él y San Félix, más tarde martirizado en Girona, fueron diáconos de la Iglesia Cristiana en Cartago que llegaron a Barcelona para evangelizar la zona. Según su leyenda, trabajó como comerciante en Barcelona mientras predicaba la fe cristiana, bautizaba a los conversos y ayudaba a la comunidad cristiana de allí. Según los relatos cristianos de su vida, era generoso con los pobres y un trabajador de milagros.
Fue martirizado cerca de Barcelona durante la persecución de Diocleciano. Bajo el gobernador romano, sufrió muchos tormentos y fue encarcelado en algún lugar cerca de Barcelona, a lo largo de las veinte millas que separan la antigua Barcino (Barcelona) de Egara (Terrassa).
Su garganta fue finalmente cortada en el 304. La tradición sostiene que dos mujeres cristianas de Illuro (Mataró), Juliana y Semproniana, enterraron su cuerpo y por consiguiente también fueron martirizadas.
La abadía benedictina de Sant Cugat del Vallès se considera situada en el lugar de su martirio, que fue el sitio romano de Castrum Octavianum.
Los detalles legendarios de su martirio dicen que fue entregado a doce fuertes soldados, a quienes se les ordenó azotarlo y arrancarle la piel con clavos de hierro y escorpiones. Cucufato fue entonces asado vivo tras ser cubierto con vinagre y pimienta, aunque la intervención celestial lo salvó de la muerte y las heridas.
Una gran hoguera tampoco logró matar al santo y en su lugar mató a sus supuestos verdugos. Sus carceleros se convirtieron al cristianismo después de encontrar a Cucufato en su celda iluminada con luz celestial. Al día siguiente, fue flagelado con látigos de hierro.
Por medio de una intervención celestial, el prefecto Maximiano fue asesinado cuando su carruaje se incendió. Rufo, el nuevo prefecto, prudentemente decidió no practicar ningún tipo de tortura sobre el santo y en su lugar ordenó su inmediata ejecución por la espada.